Mil millones de gracias a ambas por compartirla con nosotros:
Es curioso cómo cambia la vida en un instante, cómo se pasa de espectador a protagonista de una nueva “historia” del mundo.
Todo comenzó una tarde de Septiembre de lo más normal, un día cualquiera, en la monotonía de una semana cualquiera, tras unos días de dudas y molestias decides hacerte un test que te dá un vuelco y trastoca todo tu universo. Cuando se habla de estos temas en cualquier medio se suele hacer hincapié en la felicidad que invade a los futuros papás, a mí en ese instante me invadió el pánico, se me hizo un nudo en el estómago, se me abrió un agujero en el suelo. Sí, lo sé: ¡¡“qué rareza”!!, no era la situación ideal que durante años me había imaginado para recibir a mi soñado bebé y, sin embargo, venía de camino sin haberlo programado.</
A partir de ese momento me fue acompañando un pequeño bailoteo intermitente a lo largo de las andanzas de cada día, cuando menos te lo esperabas:¡ toc, toc, toc, hola mami estoy aquí! Dicen que las mujeres somos el sexo débil, no estoy segura de eso, pero sí de que somos el sexo afortunado.
El año nuevo y los Reyes Magos nos trajeron la sorpresa… ¡Bolita era niña! Irene venía de camino perfecta y con su carita ya visible claramente en la ecografía.
Por supuesto, todas esas sensaciones iniciales fueron tornándose en Felicidad, Esperanza, Emoción e Ilusión que se vieron recompensadas el día de nuestra primera cita, el día que conocí a “Bolita”, era real, mi peque estaba ahí y nunca imaginé sentirme así.
Le bauticé Bolita por esa tendencia cariñosa que tenemos de poner nombres diminutivos a las cosas grandes e importantes de verdad.
A partir de ese momento me fue acompañando un pequeño bailoteo intermitente a lo largo de las andanzas de cada día, cuando menos te lo esperabas:¡ toc, toc, toc, hola mami estoy aquí! Dicen que las mujeres somos el sexo débil, no estoy segura de eso, pero sí de que somos el sexo afortunado.
La siguiente cita que tuvimos Bolita y yo fue muy especial porque la pude ver completa y en acción por primera vez, ¡bendita 4d!, ahí estaba flotando, bailando, acariciándose la cara y pataleando; mi bebé, puro nervio, pleno movimiento y todo estaba perfecto, sano y activo para un@ futur@ aventurer@. El momento en el que escuché el latido de su corazón por primera vez pasó a formar parte de mis momentos favoritos para archivar, desbordada por las lágrimas y un cúmulo de sensaciones desconocidas.
El año nuevo y los Reyes Magos nos trajeron la sorpresa… ¡Bolita era niña! Irene venía de camino perfecta y con su carita ya visible claramente en la ecografía.
Como tampoco soy de dejar muchas cosas al azar, nos hicimos con otra sesión de 4d para tener otra cita antes de vernos en el hospital el “día D” y mereció la pena, vaya si la mereció. Aquel día se nos presentó, nos dijo: ¡Hola familia soy Irene, vuestra Pepona! Allí estaba ella, con su “pegotillo” redondito, sus mofletes rechonchos disfrutando en su medio, reaccionando a los estímulos externos de la ginecóloga enfurruñándose y frunciendo el ceño, dejando claro que ya tenía carácter antes de ver la luz exterior, que sabía de dónde venía y pensaba seguir la tradición.
Este rato del “mejor corto” que he visto en mi vida nos mantuvo la cara iluminada a los papás en la última recta del embarazo, imaginando a esa Pepona y todo lo que íbamos a hacer cuando llegase; entre dudas, preparativos, compras de última hora, “el síndrome del nido” y demás chascarrillos ya conocidos por todos.
Y llegó el día de la incertidumbre, de las expectativas, de los nervios, de salir corriendo, de toda la noche sin dormir, de los dolores, y de las ojeras “modo oso panda” instaladas encima de la mayor sonrisa jamás imaginada por un anuncio de dentífricos. Después de casi 12horas en el hospital escuchando música y haciendo intentos por bailar Orishas en la sala de dilataciones… Llegó Irene a completarnos la vida a su papá y a mí.
Esto va dedicado especialmente a Tí:
Como todas las historias de Amor de película, lo nuestro empezó un sábado por la noche, el día destinado a las parejas de verdad, las que son para toda la vida. Cual Cenicienta te esperaste a que diesen las 12 campanadas para hacer tu entrada estelar en el mundo y acurrucarte sobre mi pecho. Fue el momento más extraño de mi vida, por primera vez te estaba escuchando respirar, tocando, viendo, oliendo; recuerdo esa sensación de estar acariciándote el culito debajo de la sábana que nos cubría y mirarte a los ojos y no saber qué decirte, porque me dejaste sin palabras, a mí, a tu madre… IMPRESIONANTE.